¡Viva el pesimismo! 

Gonzalo Suárez viene a presentar un libro en  La Noche en 24 horas , pretexto para una entrevista que se hace larga, penosa, por el esfuerzo del nonagenario cineasta,  que manifiesta  cierta dificultad. El presentador acaba preguntándole si “es pesimista”, a lo que Suárez asiente sin vacilar. Xabier Fortes le rebate y le explica sus motivos, entre los cuales está que el optimismo ayuda a seguir ilusionado por cambiar las cosas. 

A mí, que soy pesimista desde la cuna, tal vez por un nacimiento traumático (un fórceps atravesó mi frente) o el sufrimiento materno (largo de explicar aquí) me parece que ser optimista a la manera del periodista gallego es como tener fe en Dios o dicho de otra manera, es tener la “fe del carbonero”. Santiago Alba Rico, en un texto de 2021 (Contra el optimismo, CTXT, 2021) dice que  “se puede vivir sin esperanza y ser amable, generoso, ingenuo, valeroso, exigente, comprometido”. Y agrega : “De hecho, creo que es la única forma de encarar con dignidad y sin cinismo los tiempos venideros”. Las mujeres, en general, opina, son pesimistas porque saben que de los hombres, tan optimistas y dispuestos a la destrucción, no pueden esperar mucho, casi nada. Pero aun así, es necesario tener la ingenuidad de cuidar al enfermo, o reconstruir sobre las ruinas. Lamentablemente esta humanidad ingenuamente bondadosa no está al mando de la Historia.

Emil Cioran, el pensador rumano francés que escribió esa biblia del pesimismo, Breviario de Podredumbre, reivindica a Diógenes a quien llamaban “perro” en su tiempo porque , entre otras cosas, se masturbaba en público, vivía como un indigente y se burlaba de los fachendosos. Era un ecologista avant la lettre porque solo utilizaba lo justo y necesario para vivir. El “cinismo” (viene de kyon, perro en heleno) reflexionaba sin ilusión sobre la realidad humana y este hombre viejo y débil era capaz de enfrentarse a Alejandro Magno o a Platón. 

Diógenes entró en una mansión de un ricacho, y le advirtió que no escupiera en el suelo. El filósofo escupió en la cara del hombre diciéndole que era lo único sucio que veía. Tal vez hoy escupiría a Trump o a Bezos.

Tras la catástrofe planetaria del Covid muchos proclamaron  que el mundo cambiaría a mejor. Vana ilusión, como hemos comprobado los pesimistas: hay más guerras, más contaminación, más amenazas climáticas. La pandemia solo sirvió para que se enriquecieran los listos y los muertos pasaran al olvido, como los 7.291 ancianos y ancianas de las residencias madrileñas. 

Contrariando la fe del carbonero que canta las virtudes del optimismo está el filósofo español Jorge Freire :“nada como el optimismo para desarmar el alma humana y abandonar el cultivo de sus potencias”. Y añade que “no hay esperanza sin desesperanza, igual que el placer de la mesa aflora cuando hay gazuza  y la valentía solo surge al aceptar el temor”(Contra el optimismo, The objective, 2022).

La Vejez

Cuando un joven piensa en la vejez se hace una idea muy errada de su realidad. Tanto como si piensa en la posibilidad de la muerte, que muchos miran de reojo o hacen como si fueran a vivir eternamente. Hay quienes asocian la soledad a la vejez. Podría  ser, en muchos casos, otras veces la soledad no es impuesta sino deseada. Conozco a un señor mayor que respira aliviado cuando sus amistades, ex parejas o descendientes lo dejan en paz en la tranquilidad de su hogar. No es que les rehúya, no, pero necesita su propio espacio, para soñar, al crepúsculo,  desde la terraza de su piso, contemplando el skyline de San Vicente, escuchando sus programas favoritos o cocinando su frugal menú, que a veces comparte conmigo con una botella de vino. Se está casi siempre solo, se muere solo. “Je ne suis jamais seul, avec ma solitude” (G. Moustaki). El cantautor greco francés era un anciano bello, formidable, que nos dejó a los 79 años y nos legó un cancionero entrañable que recordamos todos los que ya somos viejos de malas costumbres (jazz, literatura, vino, etc.) y vivimos (bebimos) otra época, otro mundo, persiguiendo las babas del diablo de Cortázar por las calles de París. Remito a los lectores interesados a la canción de Moustaki La Vieillesse : “¿Me convertiré en un mono viejo? / Viejo loco mandarín, esclerosado cariñoso o gruñón / ¿O me concederá sabiduría?” Y concluye que prefiere ser un anciano antes que “un vejestorio”. Un “árbol seco que desafía al tiempo, a los hachazos y a los picotazos”.

No hay una sola vejez, hay tantas como sujetos existen. Yo, por ejemplo, no tengo nada en común con los de mi generación, salvo algunos achaques. No juego a las cartas, no viví la dictadura franquista y la de Pinochet solo tres años. No me he asimilado sino en pocas cosas a las costumbres de ambos países, el natal y el adoptivo, soy por lo tanto, para VOX, un candidato a la deportación. No me interesan los toros, ni los moros y cristianos, las hogueras ni las fallas y menos aún los carnavales canarios que sufrí dos décadas. Tampoco las fiestas de “cavallers” menorquinas, empapadas en gin y sudores humanos y ecuestres. Folclore, mitos y borracheras, añejas tradiciones de índole pagana, feudal, imperial o religiosa reconvertidas en ocio proletario , que pasan por cultura popular .

Sanvi, de mal en peor

San Vicente del Raspeig sigue más sucio aún. A manguerazos cosméticos intentan lavarle la cara en las arterias principales, como La Huerta, pero al dejar sin limpiar las adyacentes , éstas se empuercan en una especie de suciedad gelatinosa que hace patinar los pies de los viandantes.

Cucarachas, ratas. Basura acumulada y maleza en las aceras.

Me dice una amiga que la ciudad de Alicante no está mejor. 

Otro asunto es la densidad del tráfico. Resulta agobiante, a momentos. Sin contar que no hay ni una señal vial pintada.

Fruta 

Nunca ha aclarado la Sra. Díaz Ayuso cual fruta le gusta más.  ¿Banana, mango, fruta de la pasión?

En latín frugalis (frugal, o moderado) deriva de fruta, y se relaciona con todo lo que da fruto o no es infructuoso. Por el contrario, nos hace disfrutar al arrancar la fruta del árbol. Me temo que ella sacude el tronco con aspereza y que los pobres frutos sufren, caen reventados.

La fruta es sana, bella y buena, no se merece ese trato. En la lengua de los césares frugem facere es obrar honestamente, como homo frugi o bonae frugi es un tipo honesto, de bien. No creo que esté rodeada de ellos. Ni que su obrar de buenos frutos.

Torre Pacheco

Ante la “kristallnacht” ultra, no queda mucho más que decir. Tal vez volver a citar a Umberto Eco, que en su definición del Fascismo Eterno (Ur-Fascismo) escribió: “A los que carecen de identidad social cualquiera, el Ur-Fascismo les dice que su único privilegio es el más vulgar de todos, haber nacido en el mismo país”.