Leonard Cohen (1934-2016) es uno de los cantautores más influyentes de la primera mitad del siglo pasado. En mi opinión, debería haber sido acreedor al Nobel con mayor justicia que Bob Dylan. Allí queda su inmensa obra literaria y musical, inabarcable ya que explora todos los ámbitos de la aventura existencial y el pensamiento.

Soy el hombre

En 1988, tras una dilatada carrera con numerosos altibajos, Cohen revolucionó el mercado musical con su álbum “I´m your man”.  En la portada, en blanco y negro, aparece un Cohen maduro pero todavía seductor, con gafas oscuras, su eterno traje oscuro y camiseta, devorando una banana.

Una de las canciones de este disco, aderezado con la tecnología moderna del momento (un sintetizador que  les daba un aire bailable) es la famosa “First we take Manhattan”. Cohen , tras una carrera accidentada y tachonada de críticas adversas y hasta malévolas (uno llegó a decir que sus discos deberían venderse con una hoja de afeitar para cortarse las venas) finalmente llegaba a convertirse en un cantante de fama universal.

Alberto Manzano, poeta y escritor, ha publicado varias obras referidas a Cohen basadas en sus entrevistas y su amistad personal con el bardo. Y cita las palabras de Cohen hablando del tema que abría el álbum: 

“Esta canción deriva de la profunda sensación de que el mundo ya ha sido destruido, y de la necesidad de dar una respuesta. Sin embargo, mi respuesta no está dirigida a ningún poder existente. No estoy seguro de que ellos sean los agentes de la paranoia. Solo son una proyección de la paranoia a la que todo el mundo contribuye. Yo mismo me he sentido atraído por las posiciones extremistas: los fundamentalistas islámicos, los fundamentalistas judíos ortodoxos , los fundamentalistas cristianos renacidos, la OLP, los terroristas, el Ejército Rojo, Acción Directa, los nuevos grupos fascistas. Toda esa gente parece operar en un hermoso mundo de certeza, de acción como respuesta a esa dispersión del mundo moral, una acción directa. Quiero decir que yo encontraba esas posiciones muy atractivas, pero no puedo apoyar esos movimientos, por más que admire la libertad que ofrece su certeza”.

Así, Cohen imagina ser el líder de un gobierno universal en el exilio con armas espirituales (“me guía la belleza de nuestras armas”). No ha conseguido cambiar el sistema desde dentro, por lo que ha sido condenado a “veinte años de aburrimiento”.

A menudo se le ha considerado un pesimista y un depresivo. “Un pesimista es alguien que espera que llueva, pero yo ya estoy empapado”. El Diluvio ya ha llegado, cree,  y ya no hay nada a que agarrarse.

El periodista y escritor Alberto Manzano   publicó en 2018 Leonard Cohen y el Zen, que más que una biografía al uso es un ensayo acerca de la estrecha relación entre el poeta y cantautor canadiense y el misticismo, que no las religiones. Porque  aunque se formó en un ambiente marcado por la religión de sus mayores,  éstos no eran de ninguna manera ortodoxos y Leonard también pudo acercarse al cristianismo. Más tarde, en su madurez y a causa de una incurable crisis depresiva buscó ayuda en el budismo zen de la mano del que sería su gran maestro y amigo, el monje japonés Roshi. Fueron treinta años de entradas y salidas en el monasterio de Mount Baldy, en las montañas de California, en un durísimo régimen de ejercicios espirituales y trabajos en el huerto y la cocina. Pero aunque fue ordenado monje, a instancias de su maestro, mantuvo su búsqueda del satori  (la iluminación) también en la filosofía y religiones exóticas, como el vedanta hindú.

El sentimiento de lo divino y su revelación atraviesa toda la obra, tanto literaria como musical de Cohen. Tal vez por esta razón, una de sus creaciones más populares y versionadas (entre otros muchos por Enrique Morente) , Hallelujah, sigue siendo la preferida en las bodas y celebraciones con tintes religiosos. Pero, ciertamente, esta canción trasciende lo religioso y se hunde en esa indagación de la trascendencia. Sus raíces están en la música sacra que escuchaba en las sinagogas y en las corales de las iglesias cristianas.

Hice todo lo que pude, no fue demasiado

No podía sentir, así que traté de tocar

Pero dije la verdad, no vine para engañarte

Y aunque todo saliera mal

Estaré ante el Señor de la Canción

Y en mi lengua no habrá más que Aleluya”.

Alberto Manzano cede la palabra al autor acerca del significado último y esencial de la canción, cuando citando a Cohen dice:

 “Es también una canción sobre la afirmación total.

Porque vivimos en un mundo que no es perfecto, un mundo lleno de conflictos y elementos que no pueden reconciliarse, pero tenemos el consuelo de que no hay salida. Más allá del consuelo de curar la herida, o de encontrar la correcta atención médica o la correcta religión, está la inequívoca sabiduría de que no hay salida. Este es nuestro aprieto humano y el único consuelo es abrazarlo. Sin embargo, hay momentos en que podemos trascender el sistema dualista y reconciliar y abrazar todo el desbarajuste. Es el único momento en que podemos vivir aquí cómodamente frente a estos conflictos absolutamente irreconciliables. Independientemente de cuál sea la imposibilidad de la situación, hay un momento en que abrimos la boca y abrimos los brazos de par en par…y nos limitamos a decir “¡Aleluya” “¡Bendito sea el nombre!”. 

Dices que tomé el Nombre en vano

Ni siquiera conozco el nombre

Pero si lo hice, oye, no es cosa tuya

Hay un destello de luz en cada palabra

Da igual que oyeras

El sagrado o el roto Aleluya.

De las innumerables versiones de este tema de Cohen y de otros, me quedo con el original. Porque nadie como el propio autor , con su voz grave pero armoniosa y solemne, también cálida en ocasiones,  es capaz de entonar esos textos litúrgicos que desgrana en una ceremonia íntima y emotiva.

Leonard Cohen es el artista total, tal vez el personaje más interesante del panorama artístico entre ambos siglos, el pasado y el actual. Su legado persiste, al igual que sus profecías hechas canciones, como The Future:

Las cosas van a deslizarse en todas direcciones

No habrá nada que puedas medir

la ventisca del mundo ha cruzado el umbral

volcando el orden del alma

Cuando me dijeron: “Arrepiéntete!”

No sé a qué se referían.

No tienes la más remota idea de mí

nunca la tendrás, nunca la tuviste

Soy el pequeño judío que escribió la Biblia

He visto a las naciones levantarse y caer

he oído sus historias, las he oído todas

Y el amor es el único motor de supervivencia.

El antiguo código occidental saltará en pedazos

De pronto estallará tu vida privada

Habrá fantasmas, fuegos en la carretera

Y el hombre blanco bailando

Verás  a tu mujer boca arriba

su vestido cubriéndole el rostro y todos los miserables poetastros

aparecerán imitando a Charlie Manson

Devuélveme el muro de berlín

dame Stalin y San Pablo

Dame Cristo e Hiroshima

Destruye otro feto ya

No nos gustan los niños

He visto el futuro, chica es un crimen.