En 2014 la Unión Europea mandó a jubilarse a las aceiteras, esos recipientes en los cuales se vertía el oro líquido en bares y demás establecimientos de hostelería. Esto formaba parte de un plan de un amplio plan de medidas destinado a acabar con el fraude en el aceite de oliva, que fueron celebradas e impulsadas por España. Pues bien, una década más tarde otro decreto bruselense las vuelve a sacar del olvido y de la categoría de objetos obsoletos o de colección con la intención de reducir los recipientes de aceite, azúcar, leche y otros productos en envases de plástico de un solo uso llamados “monodosis”. La nueva medida, que empezaría a ser efectiva en el plazo de un año, ha provocado reacciones a favor y en contra, lo mismo que en su momento provocaron la retirada de las aceiteras y por los mismos sectores, la hostelería entre ellos.
Loable es que la Unión Europea se dé cuenta de que la abundancia de plástico de un solo uso es perjudicial para el medio ambiente y de paso, para la salud humana y animal. Pero, a buenas horas, mangas verdes. Vivimos en un mundo plastificado como advertía el libro del biólogo español Álvaro Luna, La Era del plástico, publicado en 2020. Este material, descubierto y popularizado en la mitad del siglo pasado, es, en palabras del investigador autor del libro, “un símbolo inequívoco de nuestra era”. Fácilmente moldeable y adaptable para múltiples usos, se ha convertido en un inseparable elemento de nuestra civilización, marcada por la economía de consumo capitalista. Su importancia y la extensión de su uso se haya avalada por el sistema , es barato y esto hace que lo encontremos en grandes cantidades como desecho en países pobres de Asia y África. El biólogo quedó impresionado al ver las enormes montañas de basura plástica en los afluentes del Nilo en Egipto y pudo observar que se encontraban también alrededor de las pirámides.
Se calcula que se producen unos 500 millones de toneladas de plástico al año, y los desechos forman islas en los océanos, donde la actividad pesquera los aumenta y también invaden la tierra, una vez que se ha desmenuzado y triturado. Las especies marinas y las aves son sus víctimas inmediatas. Posteriormente, la cadena trófica hace llegar la intoxicación por plásticos a los humanos, provocando daños en la microbiota intestinal y en el sistema endocrino, fundamentalmente.
Pero como lo que no se ve parece que no preocupa, seguimos en la danza del consumo, tan contentos. Y aceptamos con gusto la bolsa que nos ofrecen en el súper, ya que olvidamos traerla de casa o las coleccionamos alegremente para luego tirarlas a la basura.
Muchas veces he visto como al rechazar envases de plástico o bolsas en pescaderías y carnicerías, especialmente en los supermercados donde su uso “es obligatorio” para controlar la mercadería y pasar por caja, según dicen sus empleados, notamos caras de asombro o no muy buenas. Por supuesto, estos trabajadores no son culpables, están cumpliendo órdenes superiores de sus encargados y empresarios, éstos últimos cómplices muy voluntarios e interesados del consumo de plástico.
La Unión Europea da un tímido pasito, que ya sabemos levantará protestas de los de siempre. Pero no se atreve a más, porque lo suyo sería obligar a las distribuidoras de alimentos y cadenas de supermercados a reducir el plástico de un solo uso en verduras, frutas y otros productos frescos. Sin contar que al parecer les sirven para camuflar su mal estado. En el envase no se puede ver que en el fondo las frutas están pochas, evidentemente. Y que las pechugas o los filetes de pescado están pasados.
Crecí y viví en tiempos en los que no existía el plástico, solo la bakelita con la que se fabricaba mi primer y único tren de juguete. Era quebradiza y el destrozo provocaba lágrimas infantiles. Pero tomaba leche directa de la vaca, que había que hervir, y mi madre iba al mercado con una cesta o le daban una bolsa (“cartucho”) de papel grueso. El pescado y hasta la carne venían envueltos en papel de periódico, cuando ese material era celulosa y no mayormente sintético, plástico, como ahora.
No sé si tendremos que retornar al pasado, no se ha inventado una máquina del tiempo a lo H.G. Wells hasta ahora. Pero sí creo que será necesario no solamente recuperar la aceitera (un invento árabe que tiene más de mil años) , el azucarero de cristal con canuto de metal y la cesta de yute o mimbre, o de lo contrario nos ahogará la marea de desechos, como ocurre con los elefantes, tortugas, camellos y otras víctimas de la “basuraleza”asfixiados, víctimas del puto plástico.
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