Ideologías 

“Lo peor que tienes es la ideología”, me dice mi dentista cubano , un profesional (como la mayoría de ellos) muy competente pese a su juventud. Él, como todos los huidos de su país, es un ferviente anti marxista. Y lo entiendo,  la Revolución Cubana, que conocí a través de mi padre, un intelectual de izquierdas que poseía libros y canciones revolucionarias cubanas en sus inicios, resultó al final una utopía fracasada, como todas. El problema no es, en mi opinión, que las ideologías sean intrínsecamente malas per se, el problema es que las crean seres humanos y las desarrollan como sistemas políticos otros seres humanos tan falibles como ellos. Marx fue “un error necesario”, como decía el psiquiatra Castilla del Pino sobre los delirios patológicos. Gracias a él se lograron muchas conquistas laborales que ahora disfrutamos todos,  trabajadores de izquierdas o de derechas. Su pensamiento, a mi juicio, sigue siendo vigente para analizar la sociedad, la economía, la vida en definitiva, como hacen pensadores como Santiago Rico Alba o Hans Magnus Enzensberger.

Se puede y se debe ser de izquierdas sin ser dogmático. El filósofo alemán Hans Magnus Enzensberger fue un ejemplo: perteneció a formaciones nazis en su juventud y más tarde se convirtió en una voz crítica del capitalismo dentro del espectro izquierdoso. En uno de sus libros (Reflexiones del señor Z., o migajas que dejaba caer, recogidas por sus oyentes) se refiere al Ché Guevara como “un argentino descendiente de la alta burguesía” que siendo ministro y presidente del Banco nacional del régimen comunista de Castro en Cuba no dio pie con bola. Dimitió , por eso, tal vez, de sus cargos y se lanzó al monte en una loca aventura guerrillera en Bolivia, que acabó con su vida pero lo encumbró a los altares de la progresía internacional , y su  figura icónica con la boina estrellada estuvo en las paredes de las habitaciones de estudiantes de todo el mundo, en una época. El filósofo francés Jean Paul Sartre lo elogió como “el ser humano más completo de nuestro tiempo”. Hans Magnus, por su parte, concluye que “la ignorancia no es ningún privilegio de nuestros cargos políticos”.

Otros párrafos memorables de la obra que cito son los que dedica la exacción fiscal que sufrimos todos los ciudadanos de a pie. El señor Z. , un filósofo improvisado que tiene un cenáculo  de curiosos en un banco de un parque maldice a Hacienda en los siguientes términos:  “Cuando un organismo público me obliga a acumular y presentar un montón de recibos, siento una repugnancia física. Preferiría tener que abrazarme a una escupidera o a una taza de váter”. Lo mismo deben experimentar muchos contribuyentes al pensar que el Gran Evasor que decía que todos somos iguales ante la ley se pasó por el aro a la AEAT. Y que los únicos paganinis somos los currantes pobres y jubilatas fichados por el ordenador fiscal.

Sangre fría

Estoy más que harto de ver a la asesina del niño Gabriel en las pantallas y en los titulares, que la elevan a la categoría de monstruosa sex symbol carcelaria. La afición morbosa a las confesiones de asesinos es ya una epidemia. Es sabido que Manson (el auténtico, no Marylin) recibía cientos de cartas de amor y peticiones de vis a vis. Ni Truman Capote se pudo librar de la obsesión por el crimen en su famoso A sangre fría.

Quien mejor habló de este horrible suceso y su autora fue un filósofo y escritor marxista, Santiago Rico Alba. En Gabrielillo en el cuarto de juegos, un artículo incluido en su selección de crónicas titulada De la moral terrestre entre las nubes (que comentamos aquí hace un tiempo), Rico dice que para matar un niño es necesaria “una fuerza descomunal”, es decir una maldad fuera de lo común que se ejerce a sangre fría. Un asesino de niños es como “un supermán tenebroso e invertido”, que mantiene oculta su fuerza destructora. Y agrega algo muy interesante como reflexión: “todos podemos imaginar el placer y el dolor de un niño concreto” y esta es la razón por la que el asesinato de este niño ha conmovido a la sociedad. Sin embargo, sigue diciendo, “por muy injusto que parezca, es mucho más grave la acción de matar a un solo niño” que “a mil en un bombardeo”, porque “el que mata a un solo niño mata a todo el mundo”.

El problema es castigar a estos asesinos infanticidas. Nada sería suficiente, nos dice Rico citando a Dostoievski . “No se puede castigar lo que no se puede perdonar”. ¿La existencia humana es una historia de buenos y malos? El filósofo opina que sí. “Un mundo en el que un solo malo puede destruir el mundo y un millón de buenos no pueden salvar un niño”.

Un tal Zimmerman

He visionado, con la aplicación prestada, el biopic de Bob Dylan (A perfect unknown). El famoso cantautor y poeta americano de origen hebreo, se revela como un maltratador psicológico y un  perfecto  “capullo”, en las palabras de su novia de juventud. Algo parecido le dice en la peli la actriz que interpreta a otra de sus mujeres, la cantante Joan Baez. Los primeros años del personaje, un joven vagabundo de mirada penetrante y turbia, son la esencia de la historia de esta producción que no triunfó en la última edición de los Oscar, pese a la inmensa actuación de Timothée Chalamet como Dylan, al que imita hasta en el modo de andar. Imitar su voz nasal y áspera no es tan difícil, tuve un amigo que cantaba sus temas tan mal como él.

Se dice que el cantante tomó su seudónimo o nombre artístico de un poeta que apenas conocía. Le sonaba mejor que Zimmerman. Bob Dylan es el típico caso del self made man americano, que sabe lo que quiere y quiere lograrlo pese a quien pese y cueste lo que cueste.

Nunca me cayó demasiado bien Dylan, aunque sus canciones sonaron  como fondo musical de las epopeyas de mi generación. Nunca me convenció su conversión al cristianismo y no entendí que le otorgaran el Nobel. ¿Por qué no se lo dieron a Leonard Cohen, que sí escribió novelas y poesía, de mayor calidad?

La respuesta, amigos, está soplando en el viento.