Etimológicamente, la palabra “cafre“ (bárbaro, bestia, animal, bruto, cruel, rudo, brusco, grosero, salvaje, según define la RAE) deriva de las Cafrerías, tierra de los cafres, como de se denominaba a ciertas poblaciones de piel oscura en la colonial Sudáfrica. Pero en este país los cafres, blancos de tez mayormente, son legión. Cuando vemos un banco de un parque destrozado, cuando nos cruzamos con un grupo de niñatos en plan de juerga, gritando y tirándose latas de cerveza, rompiendo retrovisores o lo que encuentren en su camino, son, no cabe la menor duda, una tribu de hijos de cafres. El cafre adolescente es fácilmente reconocible por su estilo capilar y atuendo (“oufit”, como dicen ahora) : sienes rapadas y en lo alto del cráneo una especie de nido, de pelos rizados. Aunque también los hay calvos como bolas de billar, y a veces con alzacuellos. Y si hay dudas, tirar de hemeroteca.
¿De dónde surgen estos engendros de mala madre, me pregunto? Creo que la respuesta está en esos tipos que van en un imponente carruaje a toda leche en vías urbanas, sin respetar ni semáforos ni pasos de peatones. En la señora que en el supermercado se planta en mitad del pasillo para cotillear con la vecina (como si no la viera todos los días) y despotricar contra los inmigrantes. Cafre es también el que en patinete desafía las normas y las leyes, también la de gravedad, avasallando desde su tarima rodante, sin casco, sin luces y a menudo por las aceras. Y no olvidemos el de la motillo que se cree en una pista de GP y acelera y echa humos montado en el estruendo que provoca su jamelgo barato de dos ruedas.
Ojeando un manual de psicología social (J.W.Vander Zanden) encontramos ciertas conclusiones interesantes: “No somos humanos desde que nacemos, solo poseemos la capacidad potencial de llegar a serlo”. Todo depende del proceso de socialización, cognitivo, que dura toda la vida, y según estudios llevados a cabo con chimpancés y niños carenciados, para producir una personalidad humana son necesarios una dotación genética apropiada y además un ambiente favorable. No nacemos como seres “morales”, los recién nacidos carecen de conciencia social.
No hay buenas costumbres, ni modales innatos. A menudo suena en mi memoria ese tema genial, como todos los suyos, de Leonard Cohen (The future). Hemos perdido el rumbo, nos dice, la vida privada ha explotado: “la ventisca del mundo ha cruzado el umbral y se volcó el orden del alma”. Y así estamos, en un mundo de cafres, bajo todo tipo de vestimentas y parapetados en toda clase de instituciones, seglares o religiosas.
Cafres en las redes sociales, cafres en la televisión contando chistes absurdos o golpeando un bombo ante un público de cafres.
Cafres que escriben y cafres lectores que los jalean y les compran sus revertianas novelas.
Cafres que no escuchan más que a sus comentaristas radiofónicos cafres. Nunca nada que se aleje de su firme sesgo ideológico cafre ultra reaccionario.
Cafres que tienen a flor de labios el insulto “maricón”.
Cafres homófobos , como los del kebab de Lorquí.
Cafres que entonan por peteneras cantos obscenos en los transportes públicos.
Cafres toreando el tráfico a riesgo de sus vidas y las de los demás.
No tiene sentido hablar de valores o de “inmadurez”. No hemos visto la famosa serie Adolescencia, ni falta que nos hace. Ya vemos en la cruda realidad del día a día sucesos escalofriantes protagonizados por menores. Y aunque ellos son los actores de esos crímenes, la sociedad entera es también responsable, digamos, “subsidiaria”. Tampoco creemos en que la respuesta esté “en Jesucristo, el hombre nuevo”, figura ésta última que recuerda a la era Castro en Cuba. Sí creemos y pensamos que, por ejemplo, el Jesús bíblico (existiera o no) se preocupaba constantemente por los pobres y desvalidos con sus palabras y sus gestos. Y que cuando los discípulos sugieren que su maestro despida a las grandes multitudes reunidas cerca del lago de Galilea para que se busquen la vida, él les responde: “Dadle vosotros de comer”. Por lo tanto, dudo mucho que aprobara discursos xenófobos que asocian inmigración con delincuencia. Tal como dice Armand Puig (sacerdote y escrito católico, presidente de la Agencia de la Santa Sede AVEPRO) en su biografía de Jesús: “Las relaciones personales son el epicentro de la ética de Jesús y defenderlas significa evitar la muerte del prójimo en cualquiera de sus formas”.
Y como decía mi admirado Carlos Castilla del Pino, eminente psiquiatra y escritor:
“La religión es un recurso eficaz para el individuo. Como institución es una estafa, útil para quienes estafan” (Aflorismos, 381, página 94).
Y llegado a este punto, mejor no tirar de hemeroteca. No sea que nos quemen en la Inquisición los abogados cristianos o algún prelado.
Comentarios