Serge Gainsbourg  (1928-1991) née Lucien Ginsburg, es relativamente desconocido y subvalorado en España. La razón podría ser que en los años cruciales de su carrera que van de la década de los 60 a la siguiente, su música escandalizó a los biempensantes de su propio país por sus connotaciones eróticas y políticas. El tema “Je t´aime, moi non plus” fue el único que atravesó casi todas las fronteras, menos la española donde fue prohibida,  y también recibió la censura del Vaticano.

La infancia de Gainsbourg, en el seno de una familia judía askenazi, no fue apacible. Tuvo que llevar una estrella amarilla que delataba su condición racial en el París ocupado por los alemanes y escapó a la persecución refugiándose en provincias. Se dice que pasó varios días escondido en un bosque.

El padre había sido músico de cabaret antes de huir de los pogromos en Ucrania  y fue el responsable de su temprana vocación artística al enseñarle a tocar el piano. El niño creció orientado a las artes y quiso ser pintor, pero pronto se dio cuenta de que no llegaría a ser tan grande como su maestro, el pintor cubista Fernand Léger o su admirado Picasso.  Se gana la vida haciendo trabajos precarios como profesor de dibujo,  o canto y comienza una vida bohemia, tocando en cabarets de mala fama, como Madame Arthur y casinos de la costa francesa.

Gainsbourg abandonó los pinceles y se lanzó a componer canciones. En esa época, años 50, no existía casi la figura del cantautor, de modo que para él no había otra salida que esa. El éxito era pasar de la orilla izquierda del Sena (Rive Gauche) a la derecha, donde se encontraban los ex bohemios triunfadores que tenían abiertas las puertas de las grandes salas, como el Olympia o el Casino de París. Mientras, el joven pianista judío tenía que acompañar a la diva de los existencialistas Juliette Gréco. En esos ambientes trabó amistad con otro joven, escritor y cantante de jazz que compartía con él inquietudes intelectuales y rebeldía contra la sociedad puritana. Con Boris Vian tenía también otras afinidades, como su afición al alcohol, el tabaco y la promiscuidad sexual. “Hermanos en la crueldad, en la risa y en la ternura”, diría la Gréco.

Maldito

De allí surge la leyenda de malditismo que siempre le acompañó. Parece ser, dicen sus biógrafos, que nunca pudo superar sus complejos físicos: era esmirriado, con un rostro en el que sobresalían sus orejas de soplillo y una enorme nariz ganchuda. Hacía las noches día, siempre de fiesta y a veces trabajando, y los días noche.

Por encima de todo Serge Gainsbourg, el personaje que surge de Lucien, ese niño feo con una estrella de David,  a los treinta años se revela como un grandísimo poeta. Una de sus primeras composiciones cantada por él mismo, “Le Poinçoneneur des Lilas”, o sea el revisor de la estación de metro de ese nombre) fue aclamada por la crítica por la forma en que relata el absurdo existencial. Habla de un modesto trabajador que sueña con un barco que lo alejará de ese túnel infame donde transcurre su vida bajo tierra, haciendo agujeros en los billetes de los pasajeros.

Lejos de él está la apostura viril de otros grandes de la canción francesa, como Brel, o el lirismo de un Brassens. En la televisión aparece con actitud hierática a lo Buster Keaton, un chaval tímido pero con un toque de distinción. Cuando un presentador le interroga acerca de sus afinidades con la “nueva ola”, ese movimiento cultural en boga por entonces en Francia, contesta que “no hay nada más vago” , haciendo un juego de palabras con la palabra “vague” (ola).

En el tercer álbum  ya se revela como uno de los mejores exponentes de la canción de inspiración poética, algo que ya no interesa tanto al público. Hay homenajes a Prévert, Víctor Hugo o Nerval en esos temas que interpreta con su voz ligeramente impostada y a veces susurrante. Ya tiene 34 años y todavía vive en el hogar familiar y llega a plantearse volver a las bellas artes en un momento en que los aires musicales apuntan a un estilo más popular, el rock de Johnny Halliday por ejemplo. Sin embargo, tras un retiro regresa a la batalla con nuevas canciones, alguna de ellas (La Javanaise) con un relativo éxito al ser interpretada por la Gréco. Trabaja ocasionalmente en el cine, donde le ofrecen pequeños roles de villano. Más tarde, hará sus pinitos como director, sin éxito.

Un poco harto de las tribulaciones económicas incursiona, a disgusto, en el pop. Es la época Yeyé y a eso se adapta, escribiendo canciones para esos artistas a los que en el fondo despreciaba. En una ocasión llegó a declarar que buscaba intelectualizar un género popular” y justificaba sus fracasos por la incultura del público que prefería intérpretes de canciones vacuas.  Finalmente, se propone , como los pintores abstractos “deconstruir la música” adoptando percusiones de ritmos caribeños y africanos.

La segunda mitad de los años 60 es decisiva y en ella multiplica sus apariciones en televisión. Sin embargo, los intérpretes adolescentes de sus canciones, como France Gall , son los que venden cientos miles de copias. Y Eurovisión, con ella, ganadora de la primera edición de 1965, lo hace conocido del amplio público y lo convierte en referencia. Para entonces,  el otro gran representante de la chanson intelectual ya forma parte de la industria del show bussines.  Se ha dado vuelta la chaqueta, dice, y ha descubierto “que es de visón”.

A pesar de todo, siguió fiel a su tendencia a la provocación y el escándalo. Ofrece a otros cantantes temas atrevidos, como a la misma Gall con Les sucettes (Las piruletas), una canción que convierte a esas golosinas en una clara evocación del sexo oral.

Vida heroica

Existe un biopic titulado “Gainsbourg (vie heröique)” de 2010 escrita y dirigida por  Joann Sfar, que escenifica de una manera especial, casi surrealista, la biografía de este artista polémico, cuya personalidad y obra no se había explorado aún en profundidad. En nuestro medio, Felipe Cabrerizo ha narrado en “Elefantes rosas” las luces y sombras del personaje.

Pero la vida y obra de este protagonista descomunal de la canción francesa sigue siendo difícil de definir. Estrella decadente, héroe popular, no existen palabras para situarlo bien. En el plano artístico estricto, es un poeta con un gran dominio del lenguaje, sus rimas son perfectas, sus referencias revelan cultura e intención satírica.

La tragedia de su vida, arruinada por los excesos, es harina de otro costal. Resulta doloroso contemplar sus últimas apariciones en vídeos, como Gloomy Sunday y otros en los que canta cigarrillo en mano, despeinado y con el eterno cigarrillo entre los dedos, dando sorbos a una botella de Kentucky Bourbon.

Aunque la política parecía no importarle particularmente, también se vio envuelto en ella a raíz de una composición en la que convertía el himno nacional en un reggae subversivo, lo que le valió ataques casi físicos por parte de grupos fascistas que anularon con su presencia uno de sus conciertos.

Tal vez su declaración hecha pública en los medios franceses tras el incidente  arroja luz sobre su pensamiento y actitud:

“Conozco los límites de mi pudor. En los tiempos en que Piaf vendía 500.000 discos, y yo estaba en la mierda, rehusé escribir canciones para Piaf. No quise escribir canciones para Yves Montand porque ideológicamente no estaba de acuerdo con él. Y tampoco para Halliday y a otra gente que vendía sin parar. Si tengo que prostituirme , que sea por lo menos divertido, que disfrute con ello”.

Gainsbourg no quiso “ser uno más”, señaló, porque “las estrellas de la canción no tienen más talento que para el momento presente, mientras que el gran genio visionario, ignorando los objetivos inmediatos-como los discos de oro y demás- y apuntando su arco hacia el cielo siguiendo las implacables leyes de la balística, está predestinado a traspasar el corazón de las generaciones futuras”.

Serge Gainsbourg, pintor y  cineasta fracasado, buscó en la música, el sexo y el alcohol su felicidad o la redención final. Y como suele suceder, quien busca el placer y la gloria en las adicciones acaba siendo un suicida a plazos.   Y una fría tarde de invierno, a los 62 años, el genio que había olvidado tal vez su medicación sustituyéndola por el bourbon, abandonó el mundo para pasar a la gloria en el panteón de la música francesa.