Paul Auster (1947-2024) escritor estadounidense Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2006, se enteró siendo ya adulto de que su abuela había asesinado a tiros a su abuelo paterno. La revelación fortuita del secreto familiar por un desconocido en un viaje, le inspiró un ensayo sobre el problema de las armas titulado “Un país bañado en sangre”. Auster analiza este fenómeno desde variadas perspectivas, en especial las históricas y sociológicas y rechaza las soluciones que se han intentado a lo largo del tiempo. Los fascistas, también los de su país, son proclives a las formulaciones teóricas simplistas, pero el escritor hace un ejercicio inteligente y atrevido, no en vano encabezó el grupo de intelectuales contra Trump y se negó a visitar países, como China, donde no se respetan las libertades ni los derechos humanos. Nos dice que Estados Unidos ha sacralizado el derecho a portar armas, algo que viene desde la colonización, cuando el pueblo en armas era supuestamente la garantía para salvaguardar la libertad frente a la tiranía de los reyes metropolitanos. En la actualidad, este derecho es tan importante para los americanos como la movilidad y la libertad que promete un coche. Que en definitiva, no es más que otra arma letal en manos de conductores imprudentes o suicidas. La diferencia, anota Auster, es que desde que los automóviles ruedan en el territorio americano, unos ciento veinte años, la industria automotriz se ha empeñado en crear artilugios que proporcionan mayor seguridad y las leyes, antes inexistentes para los conductores y el tráfico vial, que también han conformado un escudo protector para los usuarios y peatones. Pero de nada han servido las leyes que regulan la posesión o tenencia de armas. Los republicanos han sido una barrera para obstaculizarlo.

En cualquier país civilizado del planeta donde no se permite el uso de armas por parte de civiles una disputa por tráfico, de borrachos o de otra índole suele acabar a bofetadas o a botellazos. En Estados Unidos suele acabar con disparos y cadáveres. Los norteamericanos tienen 25 veces más posibilidades de recibir un balazo que los de otros países del llamado “primer mundo rico y supuestamente avanzado”. Y Auster se pregunta por qué su país es el más violento del mundo occidental.

El último asesinato que ha conmocionado Estados Unidos nos lleva a la misma pregunta. Y tras la lectura de Un país bañado en sangre se nos ocurren varias respuestas, que no son las del fascismo trumpista ni del hispano nuestro. No es solo un asunto político, aunque los magnicidios y asesinatos políticos tengan una larga y nutrida historia en el país. Tampoco es un problema de “salud mental”, aunque muchos de los asesinos múltiples en tiroteos sean sospechosos de padecer algún trastorno grave. Estados Unidos nació con violencia, con un par de siglos de exterminio a los nativos y actos de opresión contra los esclavos negros. Los alemanes siguen purgando su pasado nazi, los americanos no han hecho lo mismo con ese pecado original y originario (dicho sea de paso, muchos españoles tampoco con los suyos). Auster concluye: “Derecho a la violencia por nacimiento, pero también un país dividido por la mitad desde sus comienzos, no solo entre blancos y negros o entre colonos e indios, sino también entre blancos y blancos, porque los Estados Unidos de América son la primera nación del mundo fundada por los principios del capitalismo, que es un sistema impulsado por la competencia y por tanto, necesariamente sobre el conflicto, porque en el juego por acumular riqueza y propiedades-las únicas señales de poder en un país sin aristócratas ni reyes-siempre habrá algunos que ganen y muchos que pierdan, y en consecuencia cada individuo solo puede recurrir a sí mismo para hacer frente a la jungla de la competividad febril, las batallas despiadadas y los mercados alcista y bajista, que fomentan una profunda visión el mundo, a menudo inconsciente, en la que el individuo tiene prioridad sobre el grupo y el egoísmo triunfa sobre la cooperación”.

(…) “Desde los primeros días de la República hemos estado divididos entre los que creen que la democracia es una forma de gobierno que otorga a los individuos la libertad de hacer lo que les plazca y los que vivimos en sociedad y somos responsables los unos de los otros, que la libertad que nos ofrece la democracia también entraña la obligación de ayudar a aquellos que son demasiado débiles o están demasiado enfermos para cuidar de sí mismos: un conflicto secular entre la necesidad de proteger los derechos individuales y las libertades e intereses del bien común”.

Pues bien, hay quienes piensan o creen que su libertad consiste en ametrallar al prójimo o suprimirlo de la faz de la tierra porque piensa distinto o por quítame allá estas pajas. Mucha gente piensa o fantasea con matar a desconocidos, conocidos y familiares. Pero a ninguno de estos homicidas imaginarios se les puede llevar a juicio por ello. El problema es cuando tienen los medios para llevarlo a cabo. Cualquiera puede comprar un arma en la calle por 300 o mil dólares. Hay 393 millones de armas de fuego en poder de ciudadanos. Cada año unos cuarenta mil personas mueren por heridas de arma de fuego y se producen unos ochenta mil heridos. Diariamente, un centenar de fallecidos por esta causa. Repartan cerillas a un grupo de niños en un cumpleaños, dice Auster, y la casa será reducida a cenizas. Millón y medio de americanos han muerto tiroteados desde 1968, o sea más de la suma total de las muertes ocasionadas por la guerra desde el inicio de la Revolución Norteamericana. Hay una matanza al día, que no siempre se recoge en los medios.

El autor cita a un poeta amigo , que trata la violencia de las armas :

“Vamos a la iglesia a disparar

Vamos al cine a disparar

Vamos al festival de música

Vamos al supermercado

Vamos al colegio

Vamos al acuario a disparar el cristal

Y que se ahogue la gente mientras disparamos

Y no hay que olvidar de disparar a los peces

Vamos al museo a disparar al Arte

Y luego a disparar a los que contemplan a Picasso

Vamos a disparar a Picasso

Está muerto así que vamos al cementerio a disparar

A los muertos

Vamos a los palacios de justicia a disparar a todos los jueces

Vamos al cuartel general de la Asociación Nacional del Rifle

A disparar a todo el mundo

Vamos a la Luna a disparar a la Tierra

Vamos a emborracharnos y a disparar

Vamos a rezar y a disparar

Vamos al hospital y a disparar a los enfermos

Vamos a desnudarnos y a disparar

Vamos a disparar a la gente desnuda

Vamos a conseguir un AR-15 para disparar a los que odiamos

Vamos a disparar a la gente que queremos

Que nunca nos quedemos sin balas

Que nunca nos quedemos sin armas largas automáticas

Ametralladoras

Vamos a llenar la furgoneta de lanzagranadas

Ojalá tuviéramos tanques y misiles

Vamos a disparar mientras dure el tiroteo

Tan poco tiempo para tanto que matar

Vamos a disparar a la pequeña y calma brisa

Que sopla en nuestros corazones

Hasta dejarla bien muerta.

(Vamos a disparar. Hilton Obezinger)

Estados Unidos se agrieta, la democracia se derrumba, hay perspectivas de guerra civil, como diría H.M. Enzensberger. En el centro de este huracán está el presidente fascista con su corte de aduladores, propios y ajenos. Por cierto, qué vergüenza da ver al Rey de Inglaterra en actitud servil frente a él. “It´s a crying shame”. Entiendo ahora las razones de su madre, la Reina, para no cederle el trono en vida.