“Somos quien no somos y la vida es veloz y triste”. La frase es de uno de los escritores portugueses más importantes, junto a Camoens o Saramago en nuestro tiempo. Fernando Pessoa (1888-1935) dejó rastros de su intimidad y pensamientos, casi siempre tan melancólicos como profundos, en el “Libro del desasosiego”. El poeta y novelista poseía una hipersensibilidad enfermiza y es lo que se advierte especialmente en los pasajes de su diario personal cuando trata el tema del amor.

“El amor quiere la posesión, pero no sabe lo que es la posesión. Si yo no soy mío, ¿cómo seré tuyo, o tú mía? Si no poseo mi propio ser, ¿cómo poseeré un ser ajeno? Si ya soy diferente de aquel al que soy idéntico, ¿cómo ser idéntico a aquel de quien soy diferente?

El amor es un misticismo que quiere ejercitarse, una imposibilidad que solo es soñada como debiendo ser realizada. 

Metafísico. Pero toda la vida es una metafísica a oscuras, con un rumor de dioses y el desconocimiento de la derrota como única vía.

La peor astucia para conmigo de mi decadencia es mi amor a la nostalgia y a la claridad. Siempre he creído que un cuerpo bello y el ritmo feliz de un andar joven tienen más competencia en el mundo que todos los sueños que hay en mí. Es con una alegría de la vejez, por el espíritu como sigo a veces -sin envidia ni deseo- a las parejas ocasionales que la tarde junta y caminan del brazo hacia la conciencia inconsciente de la juventud. Disfruto de ellos como disfruto de una verdad, sin pensar si tiene o no que ver conmigo. Si la comparo a mí, continúo disfrutándolas, pero como quien disfruta de una verdad que hiere, uniendo al dolor de la herida la conciencia de haber comprendido a los dioses”.

“Te quiero solo para un sueño”, dicen a la mujer amada, en versos que no envían, los que no se atreven a decirle nada. Este “te quiero solo para un sueño” es un verso de un viejo poema mío”.

(Libro del desasosiego, páginas 209- 210.)

Pessoa se mueve por las callejuelas de Lisboa y en largos paseos, después del tedioso trabajo oficinesco que hace para vivir, llega hasta el mar. En el camino ha soñado o ensoñado con figuras femeninas o masculinas (da igual, para él son como estupendos cuadros, obras de arte) sin atreverse a imaginar con ellas un encuentro carnal:

“Amo así: fijo, por bella o atrayente o, de otro modo cualquiera, amable, una figura de mujer o de hombre -donde no hay deseo no hay preferencia de sexo- y esa figura me obceca, me cautiva, se apodera de mí”.

El escritor podría ser como el profesor Aschenbach de Muerte en Venecia, subyugado por la belleza de un rostro o la figura de un efebo. El mundo es para él una inmensa galería de pinturas cuyo interior y realidad material no le interesa en absoluto. “No podemos mirar, contemplar con libertad a quien conocemos personalmente”, explica. Enamorado de las formas externas de las personas y los aspectos de la naturaleza, le resulta imposible amar o ser amado:

“Solo una vez he sido verdaderamente amado(…) me quedé aturdido y confuso, como si me hubiera tocado un premio gordo en moneda inconvertible. Me quedé, después porque nadie es humano sin serlo, ligeramente envanecido; esta emoción, sin embargo, que parece la más natural, pasé rápidamente. Vino a continuación un sentimiento difícil de definir, ero en el que sobresalían incómodamente las sensaciones de tedio, de humillación y de fatiga”.

Tal vez alguno que lea esta frase se sienta identificado, no sería raro. Como sigue diciendo Pessoa, “¡la fatiga de ser amado. De ser amado de verdad!”.

Más adelante, en su diario, encontramos unas sentencias que afirman de manera definitiva su rechazo al amor, y por lo tanto a la vida misma:

“No toquemos a la vida ni con la punta de los dedos.

No amemos ni con el pensamiento.

Que ningún beso de mujer, ni siquiera en sueños, sea una sensación nuestra”.

Amor problema

El médico y psiquiatra Carl Gustav Jung (1875-1961) fundador de la psicología analítica, se mostraba abrumado ante “el problema del amor”, a cuyo estudio dedicó gran parte de su obra. En un pequeño volumen compilatorio titulado “Carl Gustav Jung, Sobre el amor”, leemos lo siguiente:

“El problema del amor se me aparece como una montaña monstruosamente grande que con toda mi experiencia no ha hecho más que elevarse”. Lo dijo en 1922 y cuatro décadas más tarde confesaba que “mi experiencia como médico, al igual que mi propia vida, me han puesto incesantemente ante la pregunta sobre el amor y nunca fui capaz de dar una respuesta valida”.

“El amor es siempre un problema, con independencia de la edad de la persona que se trate. En la etapa de la infancia el problema es el amor de los padres, para el anciano es lo que ha hecho con su amor. El amor es una de las grandes potencias del destino que se extienden desde el cielo hasta el infierno”.

“El problema del amor pertenece a los grandes padecimientos de la humanidad, y nadie debería avergonzarse de tener que pagar su tributo”.

Como psiquiatra, Jung encontró a seres desesperados que no tenían amor sino sexualidad, que no tenían fe “porque la ceguera les espanta” y sin esperanza porque “el mundo y la vida los han desilusionado y que no tienen conocimiento porque no han comprendido su propio sentido”.  “Numerosos pacientes cultos se niegan categóricamente a dirigirse a un teólogo”, dice , y tampoco acuden a la filosofía “que los  deja  fríos  y el intelectualismo les resulta más árido que el desierto”.

Fe, esperanza, amor y conocimiento, cuatro grandes conquistas del afán humano no se pueden enseñar ni aprender, dar ni recibir, retener ni merecer, pues se encuentran unidos a una condición irracional y que se sustrae a toda arbitrariedad humana, es decir a la vivencia, piensa el psiquiatra suizo. Para él, el amor tiene mucho en común con la experiencia religiosa por su exigencia de entrega y sacrificio. “Todo amor verdadero, profundo es un sacrificio”. Y concluye : “Mal caballero de la dama de su corazón es quien se echa atrás  ante la dificultad del amor. El amor se comporta como lo hace Dios: ambos se entregan solo a su servidor más valiente”.