Chocolate del loro 

Se habla del sueldo de los políticos, se dice que es proporcional a su inutilidad  y a la corrupción. Se ha convertido en un deporte popular, como apuntaba Hans Magnus Enzensberger  en un magnífico escrito titulado “Compadezcamos a los políticos”. Tal como explica el filósofo alemán, las ganancias del oficio político entre prebendas y corruptelas varias no son comparables con otras, como las de los propietarios y  jefazos de los medios de comunicación y las de otros grupos de presión.

Existe una especie de consenso entre derechas e izquierdas en que “los políticos ganan poco”. Tal vez los destropopulistas , que hacen campaña con la austeridad y los recortes, disientan con la boca pequeña (aunque su líder haya vivido de un chringuito político) y su partido se financie de manera sospechosa.

Por lo común, un político no tiene profesión. Su vida desde la escuela ha sido una carrera de obstáculos para ser delegado, vocal o directivo de asociaciones y organizaciones estudiantiles o políticas. El título, obtenido o falsificado es adjetivo. La política es un oficio a tiempo completo, también. Y para ello no es necesaria otra preparación que la astucia y la resiliencia para aguantar las rencillas internas y la acción fiscalizadora de los adversarios y los medios.

¿Están mal pagados nuestros políticos? A juzgar por lo que sabemos del sueldazo del Mazón, y en comparación con lo que ganan otros servidores públicos o el común de los mortales en oficios duros y explotados como la hostelería y en otros que requieren mayor preparación (títulos y masters universitarios auténticos) en las nuevas profesiones, no.

No, no es el chocolate del loro, sino un toblerone gigante. Y el robo, lo decía Anatole France, es cuestión de tiempo.

Hablando con una amiga que milita en Més per Menorca, me dice que lo que este país necesita es una revolución. Estamos de acuerdo, ya lo he dicho aquí alguna vez. Lo decía también Pérez Galdós en 1901, cuando era  congresista. Lo malo es que las revoluciones no se hacen solas y ciertos revolucionarios lo creen así. Se despiertan cada mañana y se asombran de que no haya ocurrido, y así nos va.

Frescos

En una cadena de alimentación se publicitan productos frescos a precios ídem. Las simpáticas marionetas de los spots  esquivan frutos y hortalizas que proceden de la cercanía. Pero en las estanterías de “ofertas” los frutos y hortalizas promocionadas a precios bajos son las que están a punto de caducar. Compro un aguacate pocho y lo devuelvo en seguida, tique en mano. La cajera me da el importe y me comenta que ella no compra en la tienda donde trabaja, lo hace “en el mercado, que es lo que se debe hacer”. Le doy la razón aunque le advierto que los jubilados no tenemos ni tiempo ni dinero suficiente, ayudando a nuestros familiares más jóvenes.

El supermercado mató al comerciante minorista en nuestras ciudades y pueblos. Los mercados municipales no son una alternativa económica, por el contrario, la pretendida calidad de sus productos no siempre se corresponde con sus elevados precios. Están los comercios de verduras y frutas de los asiáticos, pero siguen la misma selección de las grandes superficies: “de fuera”, o sea semi podridos, o “de dentro”, más caros. Frutas y hortalizas que irán a aumentar el enorme desperdicio, que según las estadísticas alcanza al 32,4 por ciento en este rubro.

Los locales que van desapareciendo ante la aplanadora de los grandes empresarios de la alimentación se transforman en viviendas, ante la especulación inmobiliaria a toda marcha.

Solo nos quedan esos templos del consumo mecanizado, donde nos engatusan con algún vino siciliano o francés a precio rebajado o alguna otra mercancía exótica, y con los artículos del bazar que representan un tercio de las ventas totales. Vamos hipnotizados por la música de viejos éxitos pop por los frescos pasillos, y despertamos en la fila de la caja con nuestro pan de cada día, cada día más caro y exiguo. Viva el capitalismo, dirán algunos cubanos y venezolanos. Más vale un super a mano que cien cupones de racionamiento.

Colombia 

Conocí a una colombiana que con humor llamaba a su país “Locombia”. Un familiar viene llegando de unas vacaciones en ese país y su maleta viene llena de recuerdos agridulces. “Hermosos paisajes, los más bellos que he visto jamás”, me dice, pero el espectáculo de la pobreza y la sombra de la violencia nubla a veces los paisajes del viajero. Hay vendedores ambulantes de toda laya, perros callejeros, motocicletas que transportan a familias enteras. García Márquez no inventó nada, todo es posible en esa tierra de sangrientos enfrentamientos que aún no acaban. Naturaleza deslumbrante, maneras de vivir y comportarse con naturalidad alegre en medio del desorden, que nos parecerán extrañas o pintorescas. La vida en los pueblos es más apacible, en apariencia. Las familias, numerosas, habitan el mismo techo sin mayores estrecheces, aunque sin comodidades como el agua caliente. 

De entre los suvenires retengo un humilde envoltorio en papel de periódico. Es de Santa Marta, escenario trágico de una matanza obrera narrada por el Nobel colombiano en Cien años de soledad, y habla de la muerte de un joven “mototaxista” a manos de sicarios que luego de dispararle a la cabeza “emprendieron la huida con rumbo desconocido” (sic). Se indagan los móviles del crimen (“ajuste de cuentas”) y en redes sociales indican a la víctima como autor de varios robos. Otra noticia habla del suicidio de una mujer, profesora, de 50 años “bajo la modalidad de ahorcamiento”. En la página se informa de la incautación de 58 rayas silvestres, especie protegida,  que iban a ser comercializadas a siete millones de pesos la unidad (mil cuatrocientos sesenta y dos euros).

Viajar a esos destinos tiene el acicate de la aventura, aunque el viajero vaya premunido de seguros médicos, vacunas y advertido sobre el riesgo de imprevistos. El turista puede ser presa fácil para agencias de turismo con prácticas maliciosas o incompetentes. Pero el cambio de moneda suele ser ventajoso (menos en un banco español) y la comida es barata y en general buena. Colombia, llena es de gracia, me aseguran, vale la pena de  pasar del mundo primero a su realismo mágico garciamarquiano.

“¡Siguiente!” 

En San Vicente del Raspeig EU ha llamado a los vecinos a recoger firmas para mejorar la sanidad pública.  Se pide el refuerzo de las plantillas sanitarias para acabar con la temporalidad, la eliminación progresiva de la externalización de servicios , el fortalecimiento de la atención primaria  y el acceso a la sanidad sin barreras.

Por cierto, al fin fui atendido por mi médico de cabecera tras una larga hora y media de espera en la recepción del centro, ya que “no funciona nada”, me dicen,  y es imposible obtener cita por otros medios.

Mi doctora no es candidata a Miss Simpatía. No me deriva al oftalmólogo (es alérgica a la interconsulta), aunque le digo que a mi edad es necesario revisar el posible avance de cataratas. “No enviamos a nadie al especialista por la edad”, me responde. Y luego grita a través de la puerta ¡Siguienteee!.”