El septuagésimo sexto aniversario de mi existencia me sume en extensas y algo confusas reflexiones. Y una de ellas es que la nostalgia es un riesgo evidente al que hay que evitar. Uno de los textos filosóficos que he descubierto recientemente, “Infoxicación” de la joven pensadora española Margot Rot, lo explica con meridiana claridad: “Cuando el tiempo nos pasa por delante, cuando envejecemos, cuando ya no nos quedan afectos con los que soterrar las dificultades y los cambios anhelamos lo que nunca tuvo lugar. Volvemos allí donde nunca estuvimos”. En la mente confluyen todos los tiempos, pretérito y otro imaginario. La autora precisa que “es posible que la nostalgia responda a la necesidad de un presente, que en el fondo, no nos pertenece”.
El tiempo y la memoria que de él se deriva es un misterio. Otro filósofo, San Agustín: “Si nadie me pregunta lo que es el tiempo, lo sé, si me lo preguntan y quiero explicarlo, no lo sé”. Si pensamos en un eterno presente, sería la eternidad. Ya no tiempo, sino el privativo de una divinidad.
Vamos perdiendo memoria con el tiempo, según parece. Algunos infelices de tal forma que hasta pierden su identidad. La medida del tiempo es subjetiva, aunque para Newton había dos clases de tiempo, el absoluto y el relativo. El absoluto fluye, estemos o no. Pero como dejó escrito Borges, no estamos hechos de carne y hueso sino de tiempo, o sea de fugacidad, fluimos sobre la superficie del tiempo como si fuese agua.
Hay cosas curiosas sobre la vejez: a algunos les provoca un súbito interés por cosas que antes no eran importantes o que desconocían. Muchos mayores se matriculan en academias de arte o se asocian con otros para producirlo. Otros deciden apuntarse al gimnasio para hacer Tai Chi o a cursos de cocina para hacer “vida sana”…cuando tal vez la mayor parte de sus vidas han vivido en la despreocupación por esos asuntos, llevando una vida algo despendolada o con vicios como el alcohol, el tabaco y la comida poco saludable.
En el fondo, la vejez, como la muerte, es una gran desconocida. No sabemos cómo enfrentarnos a ella cuando llega el momento. Nos sorprendemos enormemente un día cualquiera cuando contemplamos la imagen de nuestra ancianidad ante el espejo.
El poeta español Luis Antonio de Villena, a sus 73 años ha publicado un volumen titulado Miserable vejez. “La sensación llegó a los 69. Un día me supe viejo. Me reconocí viejo. No calamitoso, pero sí viejo. Aparecieron con más constancia los achaques, las goteras, la soledad, porque la vejez son varias enfermedades en una”. Es cierto, en la senectud uno adolece de “mil dolores pequeños” cada día. Y cita el adagio latino: “Tempus flagellum dei” (“Dios nos castiga con el tiempo”) . Coincido con el viejo poeta en que la vejez no tiene nada de romántico ni siquiera de sabiduría. La vejez no es bella ni buena, sino en sus palabras, “un cerco a la vida, restricciones e imposibles”.
Un estudio de la Universidad de Stanford, conocido en estos días, revela que el momento de la decrepitud, o sea cuando el ser humano llega a “viejo” es la edad de 78 años, debido a un rápido descenso de ciertas proteínas en el organismo que provocan un evidente deterioro físico y cognitivo . Bueno es saberlo, aunque sea inevitable. Aunque uno se va dando cuenta cuando en el supermercado nos tratan de “caballero” (y no nos sentimos tan orgullosos porque no es un cumplido) y ya somos transparentes, o sea invisibles entre la multitud de cuerpos gloriosos que pueblan las aceras.
En una película que protagonizó Gene Hackman, el personaje que encarna el gran actor, ya fallecido, reivindica su derecho a desear cuerpos jóvenes (“¿Por qué habría de renegar de lo que me gustaba cuando era yo igual de joven ?”). Por supuesto, se trata de un personaje turbio y bajo sospecha de haber cometido dos asesinatos de chicas adolescentes. Por eso, si acaso, es mejor bajar la vista ante cualquier visión que nos retrotraiga a la edad del esplendor en la hierba que ya ha pasado (helás) para nosotros. Por cierto, entre las salutaciones de cumpleaños , más de las que hubiese deseado, porque detesto los aniversarios cada vez más, me enviaron unas fotografías en las que aparezco con mucho más pelo y barba, en actitud adánica (apenas cubierto) y fumando un cigarrillo relajante, digamos. Ah, me recordó esos versos tan amargos pero verdaderos de Gil de Biedma (No volveré a ser joven). “ Y la verdad desagradable asoma:/envejecer, morir/ es el único argumento de la obra”.
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