Desde la indignación metafísica que siempre me produce la muerte,
he querido dedicar estas reflexiones en forma de poema
a mi amigo Luis, compañero de tertulia
que nos ha dejado de pronto, sin aviso ni pronóstico alguno.
Miguel A. Pérez Oca.
¿Por qué nos hiciste, Dios, inteligentes,
hasta el punto de saber que la muerte nos espera?
¿Por qué, sin embargo, no nos diste la sabiduría justa
para conocer las razones y los secretos del ser?
¿Te divierte nuestro sufrimiento?
¿Juegas con nuestros miedos y desdichas?
¿Qué quieres de nosotros?
¿Para qué nos has creado, si es que realmente lo has hecho?
¿Solo para que te adoremos, como afirman algunos doctores?
No me lo puedo creer: Un dios que necesita aduladores es inconcebible.
¿Y si no existieras, a qué causa deberíamos atribuir el hecho de estar aquí,
en este Universo armónico y exacto,
con sus leyes estrictas, inviolables e inhumanas,
con su cruel e inmisericorde perfección, que algunos aventuran azarosa?
¿Y si no existes, dónde queda la esperanza?
¿Y si existes, dónde el dolor de tener un Padre tan cruel y tan lejano?
Quizá toda nuestra desgracia se deba a la ignorancia.
Ojalá que así fuese.
Quizá tienen razón los que afirman que hemos errado el camino,
que el tiempo y el espacio no son lo que intuimos,
no son lo que nos muestran los pobres sentidos,
y que más adentro del centro del Yo está la verdad liberadora,
la que nos haría felices si pudiésemos entenderla.
Te digo, Luis, que quisiera poder subir la montaña
hasta más allá de su última cima,
hasta más allá de mis escuetas posibilidades,
hasta ese cielo que me diera la respuesta.
Porque algo me dice que cada momento es eterno
y que siempre estamos vivos en nuestro tiempo,
ese en el que siempre es ahora.
Si así fuese, Luís, tú sigues vivo en tu tiempo,
mal que te pesara,
en todos tus momentos perdurables, los buenos y los malos,
lo cual, quizá, también sería una crueldad.
Y estas fugaces eternidades que hoy vivimos en nuestra guarida literaria,
ya no son las tuyas, mal que también nos pese.
La frontera entre tu tiempo y el nuestro es ya infranqueable.
¿Sabes, Luís? La indignación y la rabia me llenan de ira,
y el cuerpo me pide que dé una blasfemia por respuesta;
si creyese en Dios,
pero Dios es imposible,
aunque quizá Él no se haya enterado.
Comentarios