Una de las grandes e inteligentes estrategias de los estados es tratar de crear a toda costa un ejército de ignorantes, una densa tribu de analfabetos maleables. Es una táctica ventajosa y aconsejable a toda aquella autoridad que pretenda conducir un rebaño sin ninguna resistencia, sin sobresaltos. Ahora bien, puede ocurrir que el ganado, a fuerza de escuchar un día y otro los mismos campanillazos, acabe sintiendo hartazgo, y es extremadamente complicado gobernar a un tropel de indiferentes. Que viene a ser, con mayor o menor éxito en la alegoría, lo que hoy está sucediendo.
Cuando el individuo de a pie percibe esa reiterada matraca de la inversión en defensa, en lo que realmente está pensando, lo que verdaderamente le preocupa son las defensas del niño, pues la criatura enferma cada dos meses, y no encuentra a bendito el médico que descubra la razón. Los de a pie están haciendo cuentas sobre una servilleta para dividir los duros, y así comprar arroz y pañales en triunfal equilibrio y conseguir, realizando malabares, llegar a fin de mes. Están rascando en lo más hondo del bolsillo a ver si por fin pueden arreglarse la muela. Preocupan mucho más, a esas nobles hordas de jóvenes zombis, las razones del batacazo en Eurovisión que los trabajos de fontanería presidencial, por los que no demuestran absolutamente ningún interés. O los motivos que han llevado a un portero a brincar de un equipo rival a otro, de un pesebre a otro: un periquito migrando de un nido a otro.
La cantinela plomiza y atronadora de los aranceles se desploma diariamente en saco roto, importa ya muy poco, y muy mucho, sin embargo, hallar una tiendecita de empeño: mi riñón izquierdo, al mejor postor, por cinco días de apartamento en la playa, en tercera línea. Qué poco mueve a prestar atención la corrupción endémica de un partido político, valga la redundancia: ese cáncer patrio, asombroso en su variedad, en las innumerables e ingeniosas pillerías. Y cuánta alarma provocan en la caterva de a pie, no obstante, la cerveza caliente y los atascos del fin de semana. A quién conmueven, cuando apenas alcanza la dignidad para criar a un niño en un piso compartido, las aventuras judiciales de los novios de las presidentas de comunidad. No existe interés alguno en los conciliábulos destinados a proponer nuevos líderes de partido, pero perturban el sueño de media tribu esas razones ocultas que han suscitado la batida en retirada de los hombres solteros, que ya no muerden el anzuelo envenenado de un escote.
Es tal el empacho. La actualidad es absorbida y digerida por una minoría, pero la muchedumbre, la gruesa masa, el hastiado rebaño, ensordecido por el estrépito de los casos de podredumbre política, por el goteo perfectamente calculado de las noticias ominosas que invitan al pesimismo, se arroja a los mullidos prados a pastar en paz su libertad codiciada. El hartazgo les desvía la mirada, y tal vez, quién sabe, sea esta la auténtica rebelión de estos días: apartar la mirada y pagar con la moneda de una poderosa indiferencia.
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