Un complejo puede ser altamente nocivo. Los complejos logran devastar el espíritu intachable y noble de una gran persona. Complejo y cobardía caminan silenciosamente de la mano, en perfecta armonía, en dulce connivencia. Al contrario que los celos, el complejo es enfermedad duradera, maliciosa y corrosiva, pues los celos tienen base irracional —raíz disculpable, nube pasajera que la ternura mitiga—, mientras que el complejo se desarrolla lenta y persistentemente, pues se destila, gota a gota, de una minuciosa y perversa introspección.
Las personas acomplejadas suelen tomar, por lo común, decisiones erróneas. Una resolución equivocada, influida por un enquistado complejo, puede perdernos con facilidad y sin remedio. En el amor, verbigracia, los complejos arruinan los más hermosos proyectos futuros. Si bien los celos —de nuevo— son infundados en la mayoría de los casos y provienen siempre del exterior, de una mirada furtiva, de un ademán ambiguo, de una voluptuosidad ajena…, por el contrario, los complejos brotan de nuestro fuero interno, llegan a nosotros por cauce directo, bañados en tozuda credibilidad, y son, por tanto, arma mucho más perniciosa, pues su filo es más agudo y mortal. El complejo penetra sigilosamente en la sólida base, en el pedestal sagrado en que se yergue una preciosa y robusta columna: la del amor propio, la de la confianza, la de la paz interior, la de la certeza, la de la seguridad personal. Penetra el complejo en su estructura, en su esqueleto de roca en apariencia inexpugnable, y comienza flemáticamente a socavarlo, como la gota de agua tenaz en la piedra, hasta destruirlo por completo, hasta derrumbar tan irreemplazable columna.
Los propósitos aniquiladores y erráticos de una personalidad acomplejada los encontramos a menudo en individuos que ostentan poder, en sujetos de la vida pública. En hombres y mujeres de la política. Hemos contemplado en numerosas ocasiones cómo las determinaciones de una persona sometida por sus propios complejos arrastra inevitablemente al desastre a un país. Hemos sido testigos de la decadencia de una región, de un territorio, por culpa de los enormes complejos personales de sus dirigentes. Estos íntimos complejos no solo debilitan el corazón ayer honrado de una persona, sino que pueden llegar a convertirla, pues el complejo es letal veneno, en un siniestro y peligroso espantapájaros. La estabilidad de todo un pueblo descansa muchas veces en las manos trémulas de un gobernante acomplejado. Terrible paradoja, pues el pueblo ha depositado en él su más valiosa confianza, pues el pueblo lo ha erigido en custodio de su futuro, de sus sueños, de sus esperanzas. Repugnante disparate.
Deducimos, con horror, que en la profunda simiente, que en el germen palpitante de un complejo tienen cabida el odio, el nacionalismo, la xenofobia, el racismo, la persecución de los vulnerables, el amor por la censura, la injusticia, la tiranía y mil otros males, mil otras calamidades que son, a un mismo tiempo, atávicas e inéditas.

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