El primer amor es una puerta entreabierta por la cual se accede tímidamente a un universo impregnado de color, a un paraíso asombroso de reveladoras fantasías. Por lo general, se recorren los senderos alfombrados de ese primer amor, de ese vasto campo de ensueños y promesas, cuando todavía se es demasiado joven, cuando apenas se ha comenzado a respirar los aromas agrios del mundo, jardín enrevesado y bellísimo, preñado de espinas y delicados terciopelos, barnizado de tibias hieles. Late el corazón primerizo con fuerza extraordinaria, con arrebatos atolondrados, cuando ese prematuro corazón no ha tenido tiempo aún de endurecerse, de cubrirse de escamas protectoras. El primer amor es un torrente inopinado de aguas turbulentas, es un huracán de frenética y dulcísima pasión, difícilmente comprensibl

El primer amor deja huella en la piel, deja invariablemente una cicatriz indeleble en la más tierna superficie del alma. Al acariciar con dedos titubeantes esa marca sonrosada, ese garabato infantil de suaves tornasoles, apenas visible a la luz intensa del mediodía, nuestros recuerdos se abren paso repentinamente con el ímpetu salvaje y desordenado de un ardor adolescente, brotan de pronto con la ferocidad de las hirvientes entrañas de un volcán en erupción. Podemos distinguir, tras el velo emborronado y deshilachado de los años, con una hiriente punzada en el corazón, a aquella muchacha de ojos escrutadores, encaramada a un vulgar balcón de piedra; a aquel chiquillo desgreñado pedaleando en su bicicleta, junto al mar; a la profesora de matemáticas, de enigmática y enloquecedora sonrisa… Y todo nos duele, todo evoca para nosotros el suplicio de un pasado irrecuperable.

Por un misterioso capricho de la melancolía, ciframos la totalidad de nuestros pesares y desdichas en un lejano e inocente condicional: ¿Y si hubiera hablado a aquella muchacha, y si le hubiera confesado mi amor? ¿Qué habría sido de mí? ¿Qué sería hoy de mi vida, qué sería de este aburrido y fatídico presente? Nunca lo sabremos. La juventud es temeraria e impulsiva, es ansiosa y arrogante, es arrolladora en su enérgica diligencia, pero siempre retrocede cobardemente ante los más insignificantes exámenes del amor. Ah, si le hubiese declarado mi deseo, si hubiera descolgado para ella la luna, envolviéndola después en sedas de color púrpura…

Pero no solo vive el ser humano de sensuales antojos, no solo se alimenta un amartelado primer amor de miradas lánguidas junto a la orilla de un mar rizado y espumoso. En ocasiones, un equipo de fútbol, en la niñez, se reviste conmovedoramente de primer amor. O una estrella de cine. O un cantante. O una ideología. Y esta ideología, encarnada vigorosamente en la figura del líder de un partido político, enamora los alientos puros e idealistas de un individuo en los años maravillosos de su ingenuidad. Y así como el intenso dolor que provoca el dulce y pálido recuerdo de los primeros amores, así desgarra el corazón la amarga traición de las convicciones políticas, el desengaño de las ideologías ayer tan felices e incorruptibles.