¿Existe mayor privilegio que deslizarse ufanamente por ese precioso futuro convertido hoy en presente? No, no existe mayor privilegio. Es inmenso. Abrir los ojos con las primeras pinceladas sonrosadas del alba y recibir el café en la cama. Ah, qué gloria. Esa taza blanca y flotante suspendida mágicamente en el aire, aguardando a que la alcancemos. El cuarto de baño repleto de hologramas mientras nos cepillamos las muelas. Una videoconferencia en el espejo, con la suegra, que nos recuerda amorosamente la comida del próximo domingo: allí estaremos sin falta, reina. Descendemos al portal cómodamente repantigados en esos tres cojines, que levitan tiernos y mullidos como abrazos de madre. Cientos de vehículos silenciosos y cromados recorriendo a veinte metros de altura las calles en invisibles y ensortijados trayectos. Tomamos el taxi, que suavemente se humilla a nuestros pies: la sonrisa cálida del taxista autómata, que parece reventar de gozo. Otro café a media mañana en el mercado, que ya no es hoy mercado sino edén acristalado, sino punto de encuentro laberíntico y aséptico de hermanada ciudadanía. La barra de pan, a mediodía, la pagamos arrimando el ojo a un cacharrito con sensor láser. Simpática maniobra: qué graciosa está la Josefa inclinándose y sacando hacia atrás el culo para abonar los tres bollos de crema.
Ah, benditos visionarios, no erraron el tiro. Ni una sola de sus predicciones se torció: «El libro en papel desaparecerá.» Ni uno solo queda. Ni libros, ni ferias, ni lectores. Lectores nunca hubo, todo sea dicho de paso, pero que el libro físico se extinguiría… Esa no la vimos venir. Nokia iba a reinar en el mundo de las telecomunicaciones: dicho y hecho. Yahoo no tendría competidor en la red. Qué monumento habría que erigir a estos profetas: un palo en mitad de la plaza Mayor, bien alto, bien empinado, que rascara la barriga a las nubes. Ahí va Manolito con su Laserdisc. Siete kilos pesa el mamotreto, pero él lo carga entre sudores con ese júbilo que contagian los avances prodigiosos de la tecnología. «El vinilo morirá». Otra en el blanco. Rara es la muchacha coqueta que no presume de Windows en su teléfono móvil —qué gatillazo—, como raro es el bobo que no ha adquirido ya una segunda residencia en Saturno, ahora que están en promoción. El esperanto, primera lengua oficial del estado, aquí y en toda Europa. Qué cosa lo del teletransportador, qué invento fino: entra uno por una puerta en Benejama y sale por otra en Fuengirola para hacer un recado de última hora: póngame usted, si hace el favor, tres kilos de boquerones.
Ocurre, en numerosas ocasiones, que el entusiasmo por los progresos de la ciencia camina más ligero que la propia ciencia. Sucede, en ocasiones, que la expectación se infla como un globo. Pero siempre habrá visionarios, alabado sea el Señor, que anticiparán el éxito de los grandes y nuevos logros de la tecnología, y darán por cosa hecha su integración y aceptación en la sociedad. Benditos y risueños bufones. Avispados tejedores de enormes y frágiles burbujas.

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